Sunday, April 08, 2007
Cambio de mando: Transversales y tecnócratas, y la nueva Santa Alianza (El Mostrador, 28 de Marzo del 2007)
Tras la crisis del Transantiago la Presidenta por fin decidió sus cambios. Optó por la fórmula que otrora le diera “gobernabilidad” a la Concertación, y de la cual públicamente había renegado en su campana: trajo de vuelta a los políticos transversales, aliados esta vez, con los tecnócratas de palacio.
Convengamos que la “gobernabilidad” tiene buena fama. Se le suele definir en oposición al desgobierno y frente a ello, no hay nada que hacer, salvo inclinarse ante su necesidad. Súmese a ello una lectura apresurada -de aquéllas que, sospecho, se dan en el entrepiso de La Moneda- y entonces la respuesta parece evidente: tras un ano de agitaciones, desencuentros y descoordinaciones, lo que parece requerirse es un poco de orden (el peso de la noche) y quietud. Mas aún, en un país en donde la responsabilidad por el caos está inscrita con sangre en la memoria de sus elites gobernantes, la balanza se inclina a no dudar en favor de lo probado, de los que saben, de los Viera-Gallo y Cortazar (aunque también de Tokman y Maldonado)...
Apuntes de un ano en que la desigualdad mostró su cara más agria (El Mostrador, 11 de Marzo del 2007)
A un ano de gobierno abundan los balances. Abrumado por sus problemas recientes -léase Transantiago- el gobierno no debería olvidar, sin embargo, aquello que más lo remeció: el conflicto estudiantil, y sus no siempre evidentes significados.
Convengamos en que se ha tratado de un ano singular. No sólo porque ha sido una mujer quien conduce las riendas del poder por primera vez en la historia del país. Ni siquiera porque se haya muerto -a lo menos físicamente- quien le otorgó el apellido con que se ha conocido a la democracia chilena durante todos estos anos: Pinochet. Más bien, sostengo acá, porque han comenzado a ser notorias las limitaciones del ‘modelo chileno’, las que requieren urgentemente ser enfrentadas...
Transantiago y el mal leído malestar de la ciudadanía (El Mostrador, 21 de Febrero del 2007)
Qué puede explicar que la implementación de un sistema de transporte destinado a ser a todas luces más eficiente, haya despertado en lo inmediato el feroz reproche popular? Hay respuestas cortas y largas y me temo que se han dado en abundancia las cortas y omitido reiteradamente las largas. Se ha dicho –desde el gobierno- que son los desajuste típico de la marcha blanca de cualquier nuevo sistema, más aún cuando éste involucra a millones de personas. Se ha insistido que se debe a las deficiencias transitorias de un sistema administrado por una obcecada camarilla de empresarios, que no terminan de entender que ahora las ganancias serán “reguladas y fiscalizadas”. Se ha reforzado también -desde la oposición- que todo es culpa de las improvisaciones, desaciertos, y hasta las mal asumidas vanidades que han quedado patentes en las autoridades de gobierno. Por último, se ha esbozado, no sin alguna audacia intelectual, que no se trataría más que la demostración de que la racionalidad individual no siempre produce resultados eficientes, esto es, “lo que es beneficioso para cada uno (una micro a la puerta, con tiempos de espera mínimos) es lo peor para todos”, como sostiene un comentarista dominical de El Mercurio...
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